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Abres las puertas y el rojo se apodera. 

El rojo de gente caminando apresurada, 

como sangre pura fluyendo por las vías de la ciudad,

siempre con ojos llenos de esperanza.

 

Todos en espera de 90 minutos.

90 minutos en los que los corazones laten con más fuerza,

son más de 3 millones latiendo por un solo deseo:

ver a 12 hombres alcanzar la victoria.

 

Esa victoria de la que habla nuestro himno

y que logra unirnos a todos,

manteniendo la mirada fija en esos 12 hombres

que corren sin parar dentro de un estadio.

 

Un estadio con gradas llenas de técnicos frustrados

que colapsan cada vez que el balón del enemigo entra al arco.

Todos con una estrategia de juego perfecta, 

pero que al parecer ese que guiaba a los jugadores nunca pudo conocer.

 

Es maravilloso ver a tanta gente unida, 

apasionada, esperando una oportunidad,

ansiosos de gritar gol con fuerzas,

para celebrar y salir a apoderarse de las calles.

 

Y es que a pesar de todo el caos que nos atrapa,

logras que un país entero se abrace y vibre de emoción.

Todos olvidan sus banales diferencias, 

porque la pasión los envuelve en ese único anhelo.

 

Soy de la generación que lloró de alegría y de tristeza,

que gritó de felicidad y de frustración,

pero que no dejó de creer y animar hasta el final,

hasta que cumpliste su deseo de vivir tu primer mundial.

 

Gracias muchachos por esta primera vez.

¡VAMOS PANAMÁ!

LA PRIMERA VEZ
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